Hoy en día ya no hay smartphone que se lance que no requiera en algún momento de una actualización de software. De hecho, siempre hablamos de lo bien que lo hacen aquellas compañías que actualizan mucho sus smartphones y de lo mal que lo hacen las que no actualizan. Pero lo cierto es que actualizar el móvil no siempre es lo más recomendable si priorizas estabilidad, autonomía o compatibilidad de apps sobre las novedades.
Actualización
Una actualización es una nueva versión de un software instalado en el dispositivo. En este caso, hablamos del propio sistema operativo. Se pueden añadir funciones, modificar interfaces, solucionar errores, o mejorar el funcionamiento. Algunas actualizaciones están centradas más en unos aspectos que en otros. Algunas, por tanto, son más recomendables y necesarias que otras.
Además de las versiones grandes del sistema, existen parches de seguridad y actualizaciones de apps. Mantener el sistema seguro es clave, pero también conviene saber que estas descargas consumen espacio de almacenamiento y, en ocasiones, pueden introducir bugs temporales. Valora siempre el tipo de actualización y su impacto.
El problema de las actualizaciones

Pero lo cierto es que las actualizaciones casi nunca se lanzan pensando en los móviles que ya hay en el mercado, sino en los futuros. Eso significa que, por mucho que los mejores móviles del mercado funcionen bien con dichas actualizaciones, siguen sin ser tan eficientes como lo serían con la versión anterior. De vez en cuando hay algunas que sí se centran en mejorar los móviles que ya están en el mercado, pero la inmensa mayoría de las actualizaciones no. Eso hace que una actualización de relevancia, de las que llega con funciones nuevas, también suponga perder rendimiento o estabilidad en el dispositivo móvil.
Las razones más habituales son varias: las nuevas funciones suelen requerir más RAM y CPU, aumenta el trabajo en segundo plano (servicios, indexaciones, IA), cambia la gestión de batería y, además, se reduce el espacio libre. Todo ello puede traducirse en más calor, menor autonomía y pequeñas incompatibilidades hasta que las apps de terceros se adaptan.
En el plano de seguridad, la normativa europea vigente exige a los fabricantes un mínimo de cinco años de parches en muchos modelos recientes, algo positivo, pero que no siempre se aplica a dispositivos antiguos. Por ello, hay que ponderar seguridad frente a rendimiento según el uso y la vida útil de tu móvil.
KitKat vs Lollipop
Un claro caso es el de KitKat y el de Lollipop. La primera de las dos versiones se lanzó pensando en los dispositivos que ya había en el mercado, pero también en los futuros, en los gama básica. Se lanzó para que un dispositivo móvil pudiera ejecutar el sistema operativo sin problemas con una memoria RAM reducida. La fluidez de este sistema operativo puede que no la volvamos a ver hasta dentro de unas cuantas versiones. Sin duda alguna, uno de los lanzamientos más relevantes de todas las versiones de Android. Lollipop fue lo contrario. Más novedades visuales y con nuevas funciones, que complicaron mucho la vida a los smartphones y los tablets. Eso ha hecho que muchos dispositivos funcionen peor después de actualizar, como es el caso del Motorola Moto G de primera generación, por ejemplo.
Este ejemplo sirve para entender el equilibrio necesario: cuando una versión prioriza optimización frente a novedades, los móviles antiguos ganan; cuando prima el cambio visual y de funciones, los equipos modestos pueden resentirse.
¿Cuándo saber si actualizar?

Hay tres cosas que debes tener en cuenta a la hora de actualizar un móvil. La primera de ellas es la gama a la que pertenece el móvil. Los smartphones de gama alta cuentan con procesadores y componentes que superan por mucho los mínimos para ejecutar las versiones del sistema operativo. Esto hará que buques insignia con varios ciclos a sus espaldas sigan pudiendo actualizar sin problemas. La gama media lo pasará peor con las grandes actualizaciones, pero deberían ser capaces de instalar y ejecutar relativamente bien una gran actualización. Por ejemplo, modelos de referencia de su época, como la segunda generación del Moto G, deberían poder actualizar con menos compromisos. Sin embargo, la gama básica rara vez es capaz de actualizar a una nueva versión relevante. El Moto G de primera hornada o un Moto E, mejor no actualizarlos. Son ejemplos que se pueden trasladar a cualquier otro dispositivo: gama y tiempo en el mercado.
La segunda clave es el espacio disponible: si vas justo de almacenamiento, una actualización grande y sus datos temporales pueden dejar el teléfono sin margen, con impacto en la velocidad. Revisa y libera espacio antes y después (limpia caché de apps muy pesadas y elimina lo que no uses).
Y lo tercero que debes saber es que siempre hay usuarios que actualizan en cuanto sale la nueva versión. No tardan en comentar lo que les ha parecido. Busca por foros y blogs porque no es difícil de encontrar la información sobre si mejora o perjudica al móvil. Por ejemplo, comprueba si modelos concretos como el LG G3 ya reciben la actualización y qué experiencias están reportando otros usuarios; sin duda, será algo realmente útil para determinar si es bueno actualizar o no.

Otras señales y prácticas útiles:
- Compatibilidad de apps: tras una actualización mayor, algunas apps pueden ir peor hasta que el desarrollador las adapte. Mantén tus apps al día; con frecuencia corrigen vulnerabilidades y problemas de rendimiento.
- Autonomía: si baja de forma notable tras actualizar, puede deberse a reindexaciones o servicios en segundo plano. Dale unos días, revisa permisos y desactiva funciones que no uses (ubicación, servicios en segundo plano) para recuperar batería.
- Actualizaciones automáticas: si prefieres esperar, desactívalas. En Android: Play Store > foto de perfil > Ajustes > Preferencias de red > No actualizar apps automáticamente. En iOS: Ajustes > App Store > desmarca Actualizaciones de apps.
- Volver a una versión previa de apps: si una app falla tras actualizar, puedes desinstalarla y, en Android, recurrir a repositorios confiables bajo tu responsabilidad. Ojo con los force update: algunas apps bloquean versiones antiguas, obligando a actualizar.
- Respaldo y seguridad: haz copias de seguridad frecuentes. Si tu sistema ya no recibe parches, extremo cuidado con fuentes desconocidas, usa 2FA y valora apps de seguridad reputadas.
- Usuarios avanzados: en Android, una custom ROM como LineageOS o GrapheneOS puede alargar la vida útil con parches actuales, aunque exige conocimientos y asume riesgos.

Si después de actualizar tu móvil va peor, prueba a cerrar procesos en segundo plano, actualizar todas tus apps, borrar la caché de las que más consumen y liberar espacio. Si nada funciona, un restablecimiento de fábrica y configurar desde cero suele devolver gran parte de la fluidez perdida. Cuando tu móvil ya cuenta con varios ciclos de vida y su hardware se queda corto, quizá sea el momento de valorar el cambio.
Actualizar tiene beneficios claros en seguridad y funciones, pero no siempre es la mejor jugada para todos los dispositivos ni en el mismo momento. Sopesar la gama, el estado del almacenamiento, el impacto en batería y las experiencias de otros usuarios te permitirá decidir con criterio si conviene actualizar ahora, esperar una o dos revisiones o permanecer en la versión estable que mejor rendimiento te ofrece.

