Esto nos recuerda a los clásicos de los 8 y 16 bits, y no deja de ser loable verlo en un juego actual en una época en la que los desarrolladores apenas se atreven a soltarnos de la mano.
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Puzles en un juego de plataformas
A poco que os gusten los juegos de plataformas y puzles, hay que darle una buena oportunidad a Teslagrad. Es un juego bien hecho, inteligente y divertido, que sabe capturar a los usuarios desde el primer momento y poner a prueba de una manera muy honesta su inteligencia y habilidad al mando. Todo ello, envuelto en una estética muy cuidada y con un muy buen diseño tanto de niveles como de progresión.
Hay algo que te atrapa en Teslagrad tan pronto te adentras en su universo, porque no es el típico Metroidvania y también porque sabe jugar muy bien con los elementos de su entorno, sin necesidad de recurrir a los diálogos.
Esa ausencia total de texto hace que tengamos que ir descubriendo qué se oculta detrás de su historia tanto con lo que vamos viendo cómo (sobre todo) esos fragmentos que están desperdigados por su mundo y que serán vitales, a la postre, para poder ver el final bueno tras derrotar a su último jefe.
Pero, ¿qué tiene de peculiar más allá de su propuesta narrativa? Esa mezcla de plataformas y puzles, con menos acción que otros de su género. Juega, como no podía ser de otra manera viendo cómo se llama, con todo lo que rodea al electromagnetismo de los elementos y la figura de Nikola Tesla.
Difícil en su justa medida
La dificultad diseñada en los niveles hace que los tutoriales sean prescindibles se aplica a la curva de dificultad. Un inicio accesible da lugar a momentos cada vez más rebuscados, pero todo siempre dentro de la lógica y sin recurrir a puzles incomprensibles. Además, gracias a los potenciadores mencionamos tenemos una gran sensación de progreso.
Es un juego que nos plantea lo mínimo necesario para avanzar encarnando la figura de un niño que se mete en un lío de tres pares de narices. Lejos de su hogar, dentro de la Torre de Tesla, descubrirá la vetusta tecnología Teslamante, gracias a la cuál podrá empezar a manipular de modo básico los imanes que pueblan su casi centenar de salas intentando no morir.
Teniendo en cuenta que los polos opuestos se atraen y los de mismo campo magnético se repelen, tendremos que jugar con esos imanes para poder sortear distintas zonas con trampas, alcanzar partes más elevadas o incluso sacar partido de los enemigos que veremos. Todo de modo muy primitivo.
Una jugabilidad altamente adictiva
Lógicamente, el juego se irá complicando y ganará en profundidad a medida que avanzamos, puesto que el niño conseguirá unos pocos poderes más con los que podrá jugar de modos diversos con los campos electromagnéticos. Salvando las distancias, podrá «volar» o incluso atacar con su bastón de una forma bastante práctica y necesaria contra el jefe final. Pero es que también goza casi desde el inicio con un teletransporte de lo más efectivo que se acabaría rescatando en World to the West, segundo trabajo de Rain Games.
No todo es perfecto, eso sí: ese minimalismo narrativo hace que echemos en falta un menú con más información, donde tan solo podemos consultar de modo muy limitado el mapa y los distintos pergaminos ocultos, los cuáles nos mostrarán viñetas de lo más crípticas sobre su legendaria historia.
En general, tanto los personajes como los fondos son muy acertados, y los fondos llegan a veces a robarnos nuestra atención con algunos diseños geniales. También nos parece dignas de destacar las animaciones, muy cuidadas y con muchos pequeños detalles como las caras de nuestro protagonista al hacer un esfuerzo por escalar o dar un puñetazo. Creemos que esto transmite el cariño que se ha puesto en la creación de Teslagrad, y obviamente, es algo que siempre habla bien de un juego.
Nada verdaderamente negativo, porque Teslagrad cuenta con un mapeado muy bien estudiado que hará que nos devanemos los sesos y armemos de paciencia hasta conseguir todos esos pergaminos. Y costará lo suyo, en parte porque cualquier cosa nos mata de un toque. Gracias, al menos, que no habrá que preocuparse de las muertes, como si fuese un Super Meat Boy.
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